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perdida la envía a su casa32. CXIII. Masistes, que nada sabía de esto todavía y que por mo- mentos temía algún desastre fatal en su misma persona, iba a su casa corriendo. Al entrar en ella, hállase con el espectáculo de su esposa destrozada; llama al punto a sus hijos, y de común acuerdo parte luego con ellos y con alguna gente para Bactras, con ánimo resuelto de su- blevar aquella provincia y de hacer al rey cuanto daño pudiera; lo que, según me persuado, hubiera sin falta sucedido, si hubiese llegado a juntarse con los Bactrianos y con los Sacas antes de que se lo impidiera el mismo rey, siendo gobernador de aquellas naciones que le amaban muy de veras. Pero prevenido Jerges de los designios de Masistes, 32 Sin duda esta ferocísima Amestris no podía ser la Ester de los Libros Santos, como pretenden algunos. ¡Qué horror! ¡qué crímenes! ¡qué violaciones de derechos! ¡qué abusos de poder por todas partes! Sin embargo, estos amores trágicos, como lo son los de palacio cuando no son legítimos, serán acaso de mayor interés y curiosidad para los lectores que todo lo tocante a las expedi- 65 Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar www.elaleph.com Heródoto de Halicarnaso donde los libros son gratis despachó un cuerpo de sus soldados, los cuales alcanzándole en el camino, acabaron con él, con sus hijos y con las tropas que consigo llevaba. Basta lo dicho sobre los amores de Jerges y la muerte desas- trosa de Masistes. CXIV. Volviendo a los Griegos, emprendieron, luego de conclui- da la jornada de Micale, la navegación al Helesponto, en la que a causa de los vientos contrarios les fue preciso dar fondo en las cercanías de Lecto33. De aquí pasaron a Abidos, donde hallaron sueltas ya las barcas que todavía flotaban trabadas en forma de puente, razón por la cual habían dirigido su rumbo al Helesponto. Allí en sus consejos de guerra Leotiquides con sus Peloponesios opinaba por su vuelta hacia la Gre- cia; pero el comandante Jantipo con los Atenienses era de parecer que, permaneciendo allí, invadieran el Quersoneso. Paró la disidencia en que los del Peloponeso se hicieran a la vela para su tierra, y los Ate- nienses, pasando de Abidos al Quersoneso, pusieron sitio a la plaza de Sesto. CXV. Apenas corrió la voz de que los Griegos querían acometer al Quersoneso, refugiáronse los Persas en las ciudades vecinas a la plaza de Sesto, como a la más fuerte de cuantas había alrededor, y entre ellos pasó allá un personaje principal llamado Oebazo, quien desde la ciudad de Cardia había hecho acarrear a la misma fortaleza toda la armazón y aparejo del ya deshecho puente. Defendían dicha plaza los naturales del país, que eran unos colonos Eolios, juntamente con los Persas y con otros muchos aliados. CXVI. El gobernador por Jerges en esta provincia era el Persa Artaictes, hombre audaz, malvado y ruin, quien con dolo y artificio había quitado al rey, al tiempo que iba contra Atenas, los tesoros y riquezas del héroe Protesilao, hijo de Ificlo, y se los había apropiado sacándolos de Eleunte en esta forma: Existe en Eleunte, ciudad del Quersoneso, el sepulcro de Protesilao, y alrededor de este monumento ciones de Jerges: tal es el carácter y no sé si diga la malignidad natural al hom- bre. 33 Este promontorio, frontero a la isla de Lesbos, lleva hoy el nombre de cabo de Santa María. 66 Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar www.elaleph.com Los nueve libros de la historia donde los libros son gratis un bosque y recinto sagrado, en cuyo santuario había mucha riqueza, mucha urna de oro y de plata, mucha pieza de bronce, mucho vestido precioso y muchos otros donativos. Todos los saqueó, pues, Artaictes con su astucia, haciéndole merced al mismo rey, a quien él engañó maliciosamente con cierta súplica que en estos términos le hizo: -«Señor, le dice, aquí está la casa de cierto Griego, el cual en una ex- pedición que contra vuestros dominios hacía pagó con la vida la pena de su maldad. Os suplico por tanto, que me hagáis la gracia de darme su casa para el que escarmienten todos y nadie se atreva en adelante a infestar vuestros Estados.» Con tal artificio concebía la demanda, vien- do que así obtendría fácilmente la gracia del rey, el cual estaba lejos de maliciar nada de lo que él pretendía conseguir; y en cuanto a la impu- tación de haber hecho la guerra Protesilao en los dominios del rey, alu- día con malicia a la pretensión de los Persas, que quieren sea toda el Asia suya y del soberano que en todo tiempo entre ellos reinase34. Una vez concedida la gracia, lo primero que hizo Artaictes fue pasar de Eleunte a Sesto todos aquellos tesoros, desmontar el bosque, sembrar y cultivar el recinto sagrado: y no se contentó con esto, sino que de allí en adelante, cuantas veces tocaba en Eleunte, otras tantas en el mismo santuario de Protesilao abusaba de alguna mujer. Artaictes era, pues, el que se hallaba a la sazón sitiado por los Atenienses, sin provisiones para sufrir el asedio, y sin que antes hubiese esperado allí a los Grie- gos, los cuales se habían echado de improviso sobre aquella provincia. CXVII. Viendo los Atenienses ocupados en el sitio que iba acer- cándose ya el otoño, pesarosos de hallarse lejos de sus casas y descon- tentos de no poder tomar la fortaleza, instaban a sus jefes por la vuelta y retirada a su patria. Pero como éstos les desengañasen diciendo no tenían que pensar en volver si no rendían primero la plaza, o no eran llamados por la república, aquietáronse al cabo con la respuesta, de- terminados a pasar por todo. 34 Este pretendido dominio del Asia no puede estribar en la división primera del orbe entero entra los Noaquidas, pues se tiene por más fundado que los hijos de Jafet se establecieron desde el principio en el Asia menor. 67 Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar www.elaleph.com Heródoto de Halicarnaso donde los libros son gratis CXVIII. Hallábanse entretanto los sitiados tan acosados del ham- bre, que habían llegado ya al extremo de cocer para su alimento las correas de sus camillas y lechos; pero como poco después aun este
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