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De la llanura dormida y quieta, s�bito, hab�ase levantado un alarido estridente y l�gubre. Un perro aulló lastimeramente en la falda de la colina; le siguió otro; contestaron los de la estepa, y a poco aullaban todos los canes de la comarca en un solo, terrible, tremante y angustioso aullido; dir�ase que la noche se quejaba. Los leke-lekes, despiertos por el desesperado ulular, remontaror el vuelo lanzando agudos ajeos, y su lastimera nota resonó m�s vibrante todav�a en el concierto salvaje... Un disparo resono, hórrido, y a su fragor redoblaron de intensidad los aullidos de los perros. A veces se deten�an, quiz� cansados; pero entonces la brisa tra�a el eco de otros lejanos aullidos y volv�an recomenzar con m�s furia todav�a cual si en las tinieblas vagasen, amenazadoras, las sombras de implacables enemigos o presintiesen la proximidad de una inevitable cat�strofe. Unas lucecillas azuladas y menuda aparecieron manchando de brillantes puntos la negrura de las sombras, como luci�rnagas que huyesen espantadas por el sordo clamor de la estepa. De pronto cesaron las ruidos. Los perros dij�rase contenidos y puestos en mordaza dejaron de ladrar, y sólo se o�a el chillido de las aves nocturnas, ya lejano y distante. "��Han huido, los cobardes!!", pensó Choquehuanka, tristemente, al notar el silencio y ver que las m�s de las luces hab�an desaparecido. Pero en ese mismo instante un nuevo espect�culo volvió a hacer latir de alegr�a su viejo y gastado corazón. Una de las lucecillas trocóse en antorcha y la antorcha en llama. La llama ondeó, roja, en Ia oscuridad, como lengua de reptil; y mil chispas, crepitantes saltaron de su cuerpo, desvaneci�ndose en lo alto de las sombras. Otro grito humano, agónico y penetrante, rompió el silencio ahora por las sombras, y volvieron a aullar los perros, con furia. Otra vez las aves noct�mbulas prorrumpieron en estridentes chillidos; relincharon con fragor algunos corceles, y se oyó, alejandose por la Ilanura, el galope anloquecido de bestias herradas. Y los gritos de terror y angustia doloridos, suplicantes, gritos de mujeres, clamores de varón y alaridos de ninos se hac�an m�s intensos, hasta confundirse todas las voces en un solo aullido pavoroso, indescriptible. Era un aullido largo, agudo y hueco, como salido de las entra�as de la tierra. La llama se convirtió en hoguera y un ancho c�rculo rojo manchó la negrura del Ilano, iluminando gran trecho de �l. A veces se desplegaba como una colosal bandera roja, achic�base en seguida, a punto de morir, ondulaba, oscilaba, y de pronto resurg�a m�s enhiesta, levantando sus flecos al cielo; y su claror surg�an de las sombras las lejanas casas de los indios y reflejaban los charcos diseminados en el aijero como retazos de cristales purpurinos. Entonces chascaban las ca�as de la techumbre, chirriaban los maderos, que, al quebrarse, se hund�an entre los muros, sofocando las lenguas de fuego, que a poco volv�an a aparecer, m�s altas y m�s anchas, entre mir�adas de chispas que saltaban al cielo y se desvanec�an, chascando, en las altas sombras. Dentro el c�rculo rojo, como abrasadas por las Ilamas, se ve�a cruzar las fugitivas siluetas de los indios corriendo de un lado para otro, agazapados al suelo... Al fin las llamas fueron encogi�ndose gradualmente, como si fuesen sofocadas por las sombras de la noche; las siluetas de los hombres, apenas vicibles ya, se disolvieron y esfumaron en la negrura densa; los ruidos acabaron por extinguirse... Todav�a un tiro lejano... El fulgor �Itimo de la postrera Ilama... El ladrido medroso de un can... El distante chillar de un leke-leke... Y el silencio terrible, pre�ado de congojas, misterioso. .. Una raya amarillenta rasgó la negra bóveda hacia el naciente. Tornóse I�vida primero; luego, rosa, y anaranjada, despu�s. Entonces, sobre el fondo purpurino, se dise�aron los picos de la cordillera; las nieves derramaron el puro albor de su blancura, fulgieron luego intensas. Y sobre las cumbres cayó lluvia de oro y diamantes. El sol... [ Anterior ] FIN DE "RAZA DE BRONCE"
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